En 1917 el Ayuntamiento de La Habana expide un carnet de conducir o título de chofer a nombre de María Calvo Nodarse, conocida como Macorina, quien fuera la primera mujer en el país autorizada a manejar un auto.
Macorina, nacida en 1892 en Guanajay, se establece en La Habana con 15 años, junto a su novio.
Ponme la mano aquí Macorina
Las penurias económicas, su inocencia y su vida en un mundo de halagos y riquezas, a cambio de sus encantos, la convirtieron en toda una leyenda de la época entre el 1917 y el 1934, cuando se paseaba arrogante en su auto descapotable de color rojo, por Prado y Malecón, con la bufanda al cuello batida por el viento.
María Calvo Nodarse «Macorina» sería, en las décadas de 1920 – 1930, una verdadera «celebrity» y lo que se conoce hoy como «influencer». Su fama y excentricismo la convirtieron en motivo de interés y seguimiento constante por parte de la prensa y las revistas más importantes del país como Social y Carteles.
Tuvo cuatro lujosas casas: en Calzada y B, Línea y B, Habana y Compostela y San Miguel entre Belascoaín y Gervasio; poseyó valiosos caballos, así como pieles y muchísimas joyas de incalculable valor, además de nueve automóviles, principalmente europeos pues eran sus preferidos.
Fue la amiga de ricos habaneros dedicados a los negocios y la política, incluido el presidente de la República José Miguel Gómez.
El apogeo de Macorina fue en la década de 1920, y fue tan popular que no sólo tiene en su honor dos composiciones musicales y una pintura de Cundo Bermúdez, sino que fue inmortalizada en las famosas charangas de Bejucal, que se celebran en el mes de diciembre, donde en los desfiles de personajes aparecía una muñecona con careta debajo de la cual estaba su creador, un albañil llamado Lorenzo Romero Miñoso.
Sobre ella escribió el asturiano Alfonso Camín su célebre poema «Macorina» (incluido en su libro «Carey») que la cantante costarricense naturalizada mexicana Chavela Vargas transformó en una de las canciones más conocidas de su carrera.
«Macorina«
Autor: Alfonso Camín
Ponme la mano aquí, Macorina Ponme la mano aquí Ponme la mano aquí, Macorina. Tus pies dejaban la estela y se escapaba tu saya buscando la verde raya que al ver tu talle tan fino las cañas azucareras se echaban por el camino para que tú las molieras como si fueses molino. Ponme la mano aquí, Macorina Ponme la mano aquí. Tus senos de carne de anón tu boca una bendición de guanábana madura y era fina tu cintura la misma de aquel danzón. Ponme la mano aquí, Macorina. Ponme la mano aquí. Después el amanecer que de mis brazos te lleva y yo sin saber qué hacer de aquel olor a mujer a mango y a caña nueva con que me llevaste al son caliente de aquel danzón. Ponme la mano aquí, Macorina. Ponme la mano aquí Ponme la mano aquí, Macorina Ponme la mano aquí.
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