En este siglo del one step, los fords, el teléfono automático, los patines y las matinées cinematográficas y bailables, los novios de ventana resultan un verdadero anacronismo.

Es realmente extraordinario que se conserve y practique aún esa costumbre, una de las más antiguas de nuestra ciudad, propia de los siglos bárbaro-caballerescos, en los que, embozados en sus capas, tenían los pobres amantes que esperar frente a las rejas de su amada, el momento en que la dueña o el marido Barba Azul la dejase por unos minutos libre de toda vigilancia, para entonces, presos de temores y sobresaltos, poder estrecharse nerviosamente las manos y dirigirse unas cuantas palabras de amor.

Y así, a medida que la humanidad ha ido progresando y se han conseguido todas esas libertades sociales y políticas que debemos, entre otras cosas, a la revolución francesa y a la de agosto, al reinado de la sicalipsis y de las operetas vienesas, ha ido también desapareciendo de todos los pueblos de Europa y América tan incómoda costumbre, a tal extremo, que ya hoy únicamente se practica en esta ex fidelísima Ínsula.

No puede ello atribuirse a otra causa que al apego que tenemos los criollos a todo lo antiguo y tradicional, como lo demuestran claramente el afán que sienten las familias por conservar en sus casas los trastos y tarecos viejos, y el que a los veinte años de constituida la República no hayamos modificado los viejos códigos que nos dejó la ex madre peninsular.

Antes, eran novios de ventana aquellos infelices que no tenían otro medio de verse y hablarse, por ofrecer la familia oposición a las relaciones y no dejar salir de la casa a la muchacha.

Pero hoy, las cosas han variado por completo. Las muchachas gozan de bastante libertad; no viven encerradas perpetuamente en sus hogares, y las mamás no son tan rigurosas y exigentes como antes.

En nuestra época pueden las niñas salir a menudo, ya solas, ya en compañía de hermanas, primas o amigas, al cine, al parque, al Malecón, a tiendas, a la botica «para dar un recado por teléfono», a la bodega a pesarse o a otros muchos sitios que les ofrecen magníficas oportunidades de ver a sus enamorados y hablar con ellos.

Y hasta las condiciones de las casas han variado: las antiguas y enormes llaves coloniales que se colgaban detrás de la puerta, han sido sustituidas por los pequeños y manuales llavines; y las mismas ventanas, que antes eran perfectamente cerradas con gruesos barrotes, hoy se construyen provistas de postigos modernistas y cómodos.

Novios de sillón otra alternativa a los novios de ventana
Novios de sillón, otra alternativa a los novios de ventana.

Tengo ahora sobre mi mesa de trabajo un dibujo de Landaluze, el pintor de las viejas costumbres habaneras, que reproduce una escena de los novios de ventana.

En él puede observarse a la pobre niña, tímida, que asoma la cabeza tras el postigo, mientras el novio, vestido a la usanza de la época, casaca negra, sombrero de copa y pantalón blanco, le dirige desde la acera, a distancia, tiernas palabras de amor.

Un costumbrista* de entonces cuenta que los novios de ventana podía ser de tres clases:

Aspirante, mientras se limitaba a pasear la cuadra de arriba abajo, mirando insistentemente para la ventana que guardaba a la niña de sus pensamientos.

Meritorio, ya junto a la ventana, en las primeras horas de la noche, pero todavía en la época de ruegos sin haber realizado aún la conquista, conformándose con oprimir entre sus manos los hierros.

Efectivo, cuando ya pasadas las diez de la noche, podía estrechar las manos o cualquier otra pertenencia de su niña, elevada a la categoría de novia, y en posesión él de todos sus derechos y funciones de novio.

Las declaraciones las hacían en aquellos tiempos los jóvenes, después de haber sido durante varios días aspirantes, depositando, ya por sí, o por medio de un amigo o mandadero, la consabida epístola en prosa o verso, copiada de El Secretario de los amantes o escrita por un amigo poeta. El ya mencionado costumbrista nos da a conocer un soneto-declaración. Empieza así:

A...
SONETO
Mi corazón está muy enamorado
y como la flor seca se deshoja,
así se secará el desdichado
si tú, Panchita, al verle
tan angustiado...

Una carta era poco; nuestras bisabuelas y abuelas, cuando niñas, necesitaban tres cartas, por lo menos… Hoy basta con dos palabras.

Se veían por primera vez en la ventana, a escondidas de la mamá. La muchacha, después de las excusas de la edad, el traje corto, el colegio, etc., le daba al galán vagas promesas, ofreciéndole consultarlo con la almohada.

Y el esperanzado meritorio pasaba así unos días, hasta que tras el anhelado sí quedaba convertido en amante efectivo o verdadero novio de ventana.

Se cambiaban, primero, numerosas pruebas de amor: retratos, lazos, pañuelos, ricitos de pelo, etc.

Por fin convenían en verse a altas horas de la noche. Ella, en puntillitas, se levantaba de la cama, burlando el sueño de la familia y auxiliada por la negra vieja que la crió o la vio nacer, y se prestaba a estas peligrosas combinaciones, no sin refunfuñar:

—¡Ay, niña! Si lo viejo se entera me va a comprometé.

Algún beso menos disimulado llamaba la atención del sereno, que cruel e implacable, ponía fin al amoroso coloquio:

—Váyanse a acostar y cierren la ventana, si no quieren que le avise a la familia —gruñía,  haciendo al mismo tiempo sonar contra las losas de la acera la lanza, símbolo de su oficio.

* Se trata del Doctor Cantaclaro, escritor costumbrista cuyo artículo «Los amantes de ventana» fue publicado en el libro Tipos y costumbres de la Isla de Cuba, 1881