Hoy publicamos el inicio de una serie, de la autoría de Emilio Roig, acerca de los acalorados debates que alrededor del Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903 se suscitaron en el Congreso de la República entre Manuel Sanguily y Antonio S. de Bustamante.

Tal artículo apareció en el número veintiseis de la revista Carteles, correspondiente a Julio de 1934, a propósito del estado de opinión que existía en el país producto de la revisión que ese año se efectuaría de dicho tratado.

La historia tras el Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903

Examinado ya el dictamen de la comisión senatorial cubana favorable, como vimos, a la ratificación del tratado de reciprocidad comercial entre Cuba y los Estados Unidos, nos toca ahora dar a conocer a los lectores, en sus líneas generales, el debate a que dio lugar dicho tratado; debate que aunque en él intervinieron, tanto en pro como en contra, varios senadores, estuvo en realidad circunscripto a los discursos de dos esclarecidos maestros de la palabra y del pensamiento: Manuel Sanguily y Antonio S. de Bustamante, quienes supieron llevar el debate, desde sus respectivos y opuestos puntos de vista, a altura extraordinaria, de acuerdo con la privilegiada inteligencia, la palabra elocuentísima y la sólida yprofunda cultura de ambos ilustres contendientes y con la trascendencia excepcional de la cuestión que se debatía.

Leyendo en el Diario de Sesiones del Senado los detalles e incidentes de este debate, y principalmente los discursos pronunciados durante los días 9, 10, 11 , 20 y 27 de marzo de 1903, creemos asistir a los días más gloriosos de algunos de los Parlamentos de Francia, Inglaterra, Italia, España. . . porque sería difícil encontrar en éstos, discursos que superaran en elocuencia, perfección de la forma, severidad de juicio, profundidad de conocimientos, a los pronunciados en nuestro primer Senado en ocasión del debate sobre el tratado de reciprocidad con los Estados Unidos, por Sanguily y Bustamante.

Pero, cuanto más admiración y orgullo nos produce la magnificencia de esos discursos y el alto nivel de seriedad y capacidad con que se desenvolvió tan importantísimo debate, tanto mayores son la tristeza y la vergüenza con que constatamos el abismo profundo de incapacidad, de falta de estudio, de ligereza y de chabacanería a que llegó nuestro Congreso en los últimos quince años.

La posición de Manuel Sanguily

En contra del dictamen, o sea de la ratificación del tratado, habló, después de breves palabras del señor Tomás A. Recio, Manuel Sanguily, quien pronunció el día 9, extenso, elocuente y notabilísimo discurso, en que hizo no tan sólo el estudio ycrítica del tratado en sí, sino que también y de manera especial enfocó y analizó, dando la voz de alerta sobre el peligro que para nuestra nacionalidad representaba, el gravísimo y trascendental problema de la importancia e influencia que lograrían en nuestra República los trusts y el capital norteamericanos. Después de calificar el dictamen de sumamente débil y carente de datos comprobatorios de las afirmaciones que en él se hacían, señaló

«la incorrección de considerar a éste como un tratado de verdadera y equitativa reciprocidad… porque nosotros recibimos de los Estados Unidos el beneficio de un 20 %, y ellos reciben en cambio de nosotros una serie progresiva de beneficios… y la totalidad de lo que nos conceden es sorprendentemente inferior a la totalidad que le concedemos»

Agregando que el tratado

«no resuelve los problemas económicos de Cuba, que no los resuelve al menos como nos convendría a nosotros»; y que por la forma en que se realizaron las negociaciones, éstas fueron más que dirigidas, controladas por el general Bliss, quien durante la ocupación desempeñó el cargo de colector de aduanas de Cuba , e impuso en esta ocasión, el mismo proyecto que en enero de ese año ofreció a la Comisión de medios y arbitrios de la Cámara de Representantes de su país, contentivo de medidas a que habría Cuba de someterse a cambio de ventajas qμe estaban y están -por la ley arancelaria -americana de 1897- al alcance de todos los demás países, más por las cuales se contaba para acaparar en su totalidad o en lo posible nuestro mercado, con exclusión de los competidores europeos»

Todo lo cual significaba, para Sanguily, que

«los Estados Unidos, en cuanto las circunstancias actuales lo consienten , se han subrogado a nuestra antigua metrópoli española, han reducido nuestra condición general, bajo el aspecto de la hacienda y del comercio, a aquellas mismas relaciones substanciales en que se encontraba Cuba respecto de España, cuando España dominaba en Cuba; han convertido, por tanto, a nuestra nación en una colonia mercantil, y a los Estados Unidos en su metrópoli».

Y no se explicaba Sanguily que

«si uno de los poderosos motivos, si uno de los grandes alientos, si la fuerza propulsora mayor para sublevar al pueblo cubano contra la dominación española, fue la absurda situación económica en que se le colocó respecto de la Península, ¿cómo suprimir tanta sangre, la guerra devastadora, las calamidades sin cuento, para volver atrás la corriente de los sucesos, reproduciendo el pasado en una como apostasía que revive un régimen condenado de manera formidable?»

Y previendo, con visión de estadista genial que fue en aquellos momentos, las consecuencias fatales que para Cuba tendría esa política económica que con el tratado se iniciaba, de coloniaje y absorción y explotación por comercio y capital yanquis en Cuba, expuso así, ante sus compañeros del Senado y ante la opinión pública cubana, el problema:

«Aquí, en el fondo, está planteado un conflicto posible entre la libertad y la opresión, entre la libre competencia y los monopolios, cuyas consecuencias pueden ser la tiranía del capital, con el predominio de los trusts «o la tiranía del Estado o de la masa, en todas las posibles manifestaciones del socialismo».

Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903
Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903

Y ampliando sus ideas agregó que ese tratado de comercio, además de no resolver los problemas económicos cubanos, es

«una perturbación más, un nuevo factor de confusión y de trastorno, acaso también motivo a la larga de desesperación irrecusable de las clases de abajo, que llevan sobre sus hombros, y llevarán con mayor pesadumbre, el esplendor de las otras, y que al cabo -humildes y casi siempre ignoradas- son las que deciden en definitiva del destino de los pueblos; porque el problema de la reciprocidad , como el problema nacional, el problema fundamental de la vida económica y de la vida independiente de los cubanos, está íntimamente relacionado con el problema de los trusts americanos. Primero poco a poco, y ya con rapidez alarmante, nos invaden esas asociaciones, como pulpos inmensos que se empeñan en recoger en sus tentáculos, para ahogar nuestra personalidad, cuantas manifestaciones reales yposibles consienten nuestra vida general y nuestra vida económica; y no os desentendáis de que esas combinaciones de capitales que se llaman trusts no existen ni podrían existir por la mera explotación de las industrias; sino que por fuerza han de vivir y sólo viven en razón de los privilegios que obtienen, por lo que de propia necesidad tienen que explotar al Estado, sujetándolo a su influencia y poderío corruptor». Analizó después Sanguily, minuciosamente, de acuerdo con su tesis y su enjuiciamiento del problema, los artículos del tratado, para llegar a la reafirmación de sus manifestaciones anteriores de que el tratado «ofrece ventajas a otros pero no a nosotros», a los Estados Unidos que no a Cuba; recomendando a sus compañeros y a los cubanos en general el abandono de la línea de conducta seguida hasta ahora en aquellos problemas de vital interés para la nacionalidad que choca o se relaciona con el interés, ayer de España, entonces de los Estados Unidos.

«Tenemos el defecto -dijo- de sentirnos mezquinos y como desacreditados a nuestros propios ojos; de creer sobre todo al extranjero superior o mejor; de asentir con nuestro silencio indiferente, sin ninguna sacudida violenta del corazón indignado, a cuantas torpes acusaciones se echan a volar en contra de nuestra capacidad y para nuestro desprestigio, como si fuéramos la gente más infeliz o más indigna de la tierra y, al mismo tiempo, nos mantenemos divididos, por insigne torpeza e inexplicable equivocación, cuando debiéramos estar unidos en apretado haz en vez de reñir unos con otros de partido a partido, en bandos que sólo se diferencian en los nombres, para precavernos y ayudarnos contra enemigos invisibles ytenaces que nos quieren envolver y ahogar en una atmósfera mortífera de traición y de ignominia»

Incitando al Gobierno para que, libre de preocupaciones que actúan como factores perjudiciales y nocivos, tome

«el rumbo natural a que debe dirigir sus esfuerzos, despertando en la conciencia del pueblo la confianza en su derecho y su eficiencia».