Articulo del investigador español Manuel García y García, sobre la amistad entre Miguel Hernández y Pablo de la Torriente Brau, tomado del sitio web de la Diputación de Jaén.

El encuentro en plena trinchera castellana de estos dos escritores de tan diverso origen cobra una dimensión literaria y humana sobresaliente, pues la experiencia bélica española, trágica en diversos momentos para ambos, abrió nuevos caminos para el poeta español y cerró, desgraciadamente, y para siempre, la experiencia internacionalista del revolucionario cubano.

Supuso 1936 la consagración poética de Miguel Hernández al publicarse en la Colección Héroe de la imprenta de Manuel Altoaguirre, su poemario El rayo que no cesa. El propio Juan Ramón Jiménez, haciéndose eco de la publicación en la Revieta de Occidente de la «Elegía» dedicada a la muerte de Ramón Sijé y seis sonetos más, diría de él:

Todos los amigos de la poesía pura deben buscar y leer estos poemaa vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo excepcional poético, y ¡quién pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo rolaco y lo palúdico (las dos modas más convenientes de la «hora de ahora», ¿no se dice así?) esta voz, este acento, este aliento joven de España.

La nota crítica de Juan Ramón Jiménez, las colaboraciones que se le ofrecen en el diario madrileño El Sol, la Revista de Occidente (del propio director José Ortega y Gasset), etcétera, abren un panorama esperanzador para el escritor oriolano.

Aquellas perspectivas cobrarían una nueva dimensión al estallar la guerra e incorporarse como miliciano en el lado republicano.

Miguel Hernández y Pablo de la Torriente Brau

Empezaremos por hablar de la amistad que unió al escritor cubano Pablo de la Torriente Brau con Miguel Hernández y que dio vida, en la obra literaria de Miguel, a una de sus más hermosas Elegías, y a un personaje de su pieza teatral «El pastor de la muerte«.

E septiembre de 1936, tras una serie de gestiones con Miguel Ángel Quevedo, director de la revista cubana Bohemia, quien le aceptó inicialmente una colaboración especial sobre la guerra española, salió en el barco «Ule de
France» camino a España, como corresponsal de guerra, definitivamente, de los periódicos El Machete (mexicano) y The New Masses (norteamericano).

Tras desembarcar en el puerto de Le Havre, Pablo de la Torriente marchó a París y de allí a Bruselas donde asistió al Congreso de la Paz. Después de una breve estancia en la lluviosa Brujas, emprende su viaje a España. Llega a Barcelona, de allí a Valencia, y finalmente a Madrid, desde donde el 25 de septiembre de 1936 envía su primera carta o crónica a La Habana:

Trabajo sin descanso. Me sobran energías, pero me falta tiempo. Debía prolongarse el tiempo, aunque fuera por un decreto revolucionario.

Pronto el escritor y el internacionalista serán una misma persona. El cronista de guerra que recoge las primeras, impresiones del frente del Guadarrama, junto al comandante Francisco Galán; que narra las primeras manifestaciones de mujeres en un Madrid asediado por las tropas nacionales; el autor de inolvidables crónicas y entrevistas con Pascual Tomás — el dirigente valenciano de la UGT—, José Díaz — el secretario del PC— y Francisco Galán —jefe de la columna del sector de Somosierra.

Trocó gallardamente su pluma en mochila -esa pluma suya que deja páginas imperecederas como puede comprobarse leyendo Pluma en Ristre- y se alistó en las mllicias con el gran pintor edpañol Gabriel Garda Maroto. Autodenominados comisarios politico, lo fueron oficialmente después por disposición del ministro de la Guerra, Julio Álvarez del Bayo.

Testimonio de ese importante paso, que le llevaría más tarde a coincidir, sin saberlo ambos, con Miguel Hernández en los frentes de Pozuelo de Alarcón y Boadilla del Monte, lo tenemos del propio Pablo en una de las cartas que envió desde Madrid el 15 de noviembre de 1936:

Anoche vine a Madrid… Ya que estoy aquí debo contarle cosas de estos días. Por lo pronto mi cargo de Comisario de Guerra, acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, puesto que tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para justificarme plenamente, comprenderás que en estis momentos había que abandonar toda posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria de acuerdo con la angustia y las necesidades del momento.

Este cargo y la decisión del mando de trasladarlo a Alcalá de Henares sería el motivo del encuentro definitivo con el poeta oriolano. Aunque ambos habían coincidido antes, nada más llegar él a Madrid, en septiembre, en una de las visitas que hizo al local de la Alianza de Intelectuales Antifacistas -según testimonio del propio Miguel Hernández a Nicolás Guillen, que más adelante citaremos ampliamente-, el primer testimonio que tenemos de Pablo de la Torriente Brau sobre Miguel es una carta suya fechada en Alcalá de Henares el 28 de noviembre de 1936:

Miguel Hernández

El dia 23 creo que lo pasé todo en Alcalá. Descubri un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré Jefe del Departamento de Cultura, y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de la biblioteca y el reparto de prensa. Además planeamos algunos actos de distracción y cultura. Y con él me fui después a ver algunas cosas famosas de Alcalá.

En la misma carta, párrafos después, hace referencia a una de las proyectadas actividades culturales del batallón:

ayer tuvimos dos reuniones importantes en el cuartel, una fue una reunión de todos los oficiales de la brigada, tomándose
importantes acuerdos sobre la disciplina, organización, etc., y la otra una función que improvisamosen la nave de la iglesia, con la colaboración de María Teresa León, Rafael Alberti, Antonio Aparicio, Emilio Prados y Miiguel Hernández, y en la que participaron también varios milicianos y milicianas. Fue una fiesta alegre, para levantar el ánimo a los hombres que en esta ciudad, un poco gris siempre en este tiempo de otoño, es un poco cansada y tristona.

El último testimonio que nos dejó sobre Miguel pertenece a la postrera carta que escribió, desde la capital española, el 15
de diciembre de 1936, unos días antes de su muerte, ocurrida el 18 del mismo mes, en una acción ofensiva, a las órdenes del
comandante Candón -cubano también- en las proximidades de Majadahonda.

De estos últimos días tengo formidables experiencias de la guerra. Una es la de mi propio trabajo como Comisario de Guerra, del que bien puedo estar satisfecho, y otra la del trabajo de reclutamiento entre los campesinos. (…) Por otra parte, tenemos unos cuantos discos entre los que hay alguna rumba. Hay que divertir al hombre de la guerra; hay que hacer que se olvide de ella, cuando por casualidad, como ahora, se nos ha dado la oportunidad de un relativo descanso.
Y aparte de todo esto, hemos dotado a cada compañía de un maestro, con una campaña intensiva para que todo el mundo sepa firmar el próximo pago. Y muchos están aprendiendo ya a leer y escribir. Y actos hemos dado tres ya . Uno en el que intervinieron Rafael Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Antonio Aparicio y Emilio Prados, y otros dos
en el cine del pueblo donde he puesto, salteadas con discursos, «Los marinos de Kronstadt» y «Chapayev».

Esto en cuanto se refiere a las actividades culturales de ambos entre los milicianos. Respecto a otras actividades políticas, por ejemplo las de reclutamiento entre el campesinado castellano, ambos vivieron una experiencia inolvidable, de la que, según Pablo de la Torriente Brau:

escapé con vida gracias a la experiencia y a un poco de suerte.

Cuenta así el cubano los hechos ;

El día 2 de este mes, fui, en unión de dos oficiales y de Miguel Hernández, a dar un mitin en Alejorada del Campo, con el fin de hacer propaganda de reclutamiento. El mitin estaba planeado de acuerdo con el Comité, al que habíamos tenido que argumentar ya en dos visitas anteriores. La última vez, nos llevamos del pueblo un campesino gallego, de los diez y ocho que habían prometido incorporarse a filas. El resto se había ido. Allí encontré un chiquito de trece años, asturiano, sin padres, que iba a la aventura, hambriento y con frío . Subió al Comité a pedir alojamiento y comida y, como tenía cara de gran inteligencia, me lo llevé para enlace mío. Pues bien, luego fue éste un problema para mi, pues los campesinos de Mejorada porfiaban quee el muchachito era un espía y que quien sabe quien era yo. Bien, la cosa fue cuando llegamos al pueblo, al entrar la noche, nos encontramos con una cantidad extraordinaria de hombres armados con escopetas y con rifles y, al dirigirnos a la casa del Comité, en la escalera nos interceptó la gente, y ya en franca situación de violencia, quisieron desarmarnos. Se produjo una situación de escándalo y confusión que sé aumentó cuando, violentamente, le pegué dos gritos al que más chillaba y tuve la mala suerte de darle en la cara con su propia arma.
Nos salvamos de ser amelrallados allí, precisamenle por ser pequeño el espacio y mantener nosotros nuestra decisión de
conservar las armas.

Estas inolvidables experiencias de Miguel Hernández junto a Pablo de la Torriente Brau, y las del propio cubano en los frentes del Guadarrama, serían el tema de su pieza teatral Pastor de la muerte. El llamamiento del Pregonero en la escena segunda del cuadro primero del primer acto de dicha obra, nos recuerda las peripecias de ambos escritores en las tareas de reclutamiento por los campos de Castilla. Lo mismo ocurre con el cuadro segundo, llamado «Trincheras en el Guadarrama», del segundo acto, donde el diálogo que se establece entre los
personajes El Cubano, José, Grupo de Fusileros y la Voz del Enemigo, no es más que la teatralización de los discursos que
mantuvo en la realidad Pablo de la Torriente Brau, con las tropas nacionales, luchando en la columna de Francisco Galán, en la Sierra de Guadarrama, de la que el cubano dio testimonio en una carta del 10 de octubre de 1936 y posterior crónica del 29 del mismo mes, titulada «En el parapeto. Polémica con el enemigo», que luego recogió y prologó Juan Marinello en la primera edición, en La Habana 1962, de Peleando con los milicianos.

Miguel Hernández
Miguel Hernández con Antonio Aparicio y Juan Arroyo en Barcelona, después del entierro de Pablo de la Torriente, 3 de enero de 1937. Foto Familia de Miguel Hernández.

Aunque breve, la amistad de Pablo de la Torriente Brau con Miguel Hernández, dejó una impronta suficiente para inspirarle un poema, la «Elegía Segunda», publicada en la edición de «Socorro Rojo» de Viento del Pueblo ( oesía en la guerra), editada en 1937 en Valencia; y dar vida a un drama en cuatro actos, Pastor de la muerte (1937) donde uno de los principales personajes, El Cubano, no es sino el Comisario de Guerra Pablo de la Torricnte Brau.

Miguel Hernández, en la anteriormente citada entrevista con el poeta Nicolás Guillén, en julio de 1937 en Valencia, recordaba así su encuentro con el periodista de origen puertorriqueño:

Conocí a Pablo en Madrid, una noche en la Alianza, esperando yo a María Teresa León, que no venía. Recuerdo que fue en septiembre del año pasado. Esa noche, recién amigos, bromeamos como antiguos  camaradas. El sentido humoristico de Pablo era realmente irresistible. Quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre, porque él sabía encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnemente. Y lo hacia con una originalidad y una fuerza…
Yo le quise mucho. Después de aquella noche que leo digo, nos separamos durante varios meses. Nos volvimos a encontrar en Alcalá de Henares, a pesar de que habiamos estado juntos, sin saberlo, en los combates de Pozuelo y Boadilla del Monte «¿Qué haces?», me preguntó alegremente al abrazarnos. «Tirar tiros», le contesté yo, riéndome también. Pablo era entonces Comisario Político del Batallón del Campesino, hoy división. Me ofreció hacerme también Comisario de Compañía, con lo que ya estábamos juntos otra vez Pablo y yo, y juntos pasamos al frente de Majadahonda. De allí le vi partir un día con las fuerzas del Comandante Candón, otro cubano, y ya no le encontré más. O mejor dicho, si volví a verle, pero estaba muerto. Un cadáver de dos dias, con la barba crecida, caído sobre una loma, el pecho atravesado por una ráfaga de plomo.

Pablo es uno de los muertos más serenos que he visto, parecía que no le hubiera pasado nada.