El general y estadista habanero Carlos Luis de Urrutia y Montoya alternó a lo largo de su vida momentos de cierta admiración popular -que unido al reconocimiento del poder Real- le hicieron un hombre célebre en su época. La historia nos demuestra que las monedas siempre tienen dos caras y a dicho reconocimiento de la sociedad española encontraba como contrapunto la animadversión, casi manifiesta, de los civiles criollos a los cuales dirigió bajo régimen de cuartel.
No fue la suya una vida apacible. Hombre fiel a la corona española, pese a nacer en La Habana en fecha sin precisar del año 1750, la defendió con todos los medios a su alcance, incluidos el ahorcamiento y la represión frontal a las ideas libertarias que florecieron en aquellas décadas finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en la América española.
Carlos Luis de Urrutia, para servir a su Majestad
En medio de las tensiones generadas por la guerra con Inglaterra Carlos Luis de Urrutia comienza a destacar durante su estancia en las Academias de Barcelona y Ávila, en esta última ejerció brevemente como formador de nuevos cadetes, graduándose además en estos centros en Matemáticas y Táctica Militar.
Durante la guerra contra los ingleses encontró su primera gran acción militar, en 1779, durante el cerco de Gibraltar. Aquel joven y comprometido soldado habanero, hijo de un general vizcaíno del mismo nombre, ganó para sí mismo los honores de su ilustre apellido.
Debemos mencionar que uno de sus tíos era el famosísimo historiador Ignacio José de Urrutia y Montoya, considerado uno de los tres primeros historiadores de La Habana (junto a Félix Arrate y Antonio José Valdés). Manuel, hermano de Ignacio José, fue un oidor real mientras que el padre de ambos destacó como jurista y oidor de las audiencias de México y Santo Domingo.
Ascensos y méritos
A mediados de 1779 construye, gracias a sus conocimientos de táctica y matemáticas, una de las invenciones militares más conocidas, ridiculizadas y controvertidas del período: una batería de asedio ubicada en una plataforma marítima.
“manifestando siempre la serenidad de ánimo, el genio investigador, el conocimiento y el celo que acreditan y caracterizan un oficial de talento que tiene el espíritu de su oficio, digno de confianza y de las Mercedes de Su Majestad.”
Estas palabras las atribuye Francisco Calcagno al Duque de Crillón, ensalzando los méritos militares del militar habanero
Ubicamos a nuestro habanero Carlos Luis de Urrutia colaborando en primera línea con la estrepitosa y nefasta invención del ingeniero francés Jean Le Michaud D’Arçon y sus baterías flotantes, que pese a ser un fracaso rotundo -arrastró a casi 700 soldados a la muerte y certificó el fin de aquel conflicto- tuvo gran reconocimiento entre el alto mando militar y el rey Carlos III.
El éxito, supuesto, de esta obra de ingeniería militar junto con los méritos mostrados en el campo de batalla le granjearon el reconocimiento de sus superiores, además de las simpatías de gran parte de la corte y el pueblo llano.
El rey Carlos III le envió a recorrer las cortes más selectas de Europa con claras intenciones de convertirle en un hombre de estado y mando leal a la corona en las lejanas Indias Occidentales. Tras este período por las salas nobles europeas fue designado Nueva España (México).
Pero la situación peninsular era ya harto compleja en el cambio de siglo tras el fallecimiento de Carlos III, su hijo Carlos IV, percibido desde el principio como un pusilánime manipulable, recibió presiones internas y externas que mermaron su influencia en las colonias y las garantías y fortalezas del poder de la corona española.
Aprovechando el reconocimiento de su linaje, estaba emparentado por parte de padre con el Capitán General de la Isla de Cuba Luis de las Casas, el joven cadete Carlos Luis de Urrutia refrendó con su arrojo militar en la guerra contra Inglaterra (1779-1783) las buenas palabras que acompañaban a su apellido.
No hay peor cuña que la del mismo palo
Este es el título con el cual cuestiona a este represivo general habanero el historiador Álvaro de la Iglesia en uno de sus artículos. El azaroso destino colocó a Carlos Luis de Urrutia como el brazo que empuñaba el látigo de castigo de la corona española en tierras americanas. Podemos seguir su rastro -en su mayoría de derrotas- como combatiente, en las tropas leales a la corona española, frente a las revoluciones de México, Santo Domingo y Guatemala.
En Santo Domingo dejó uno de los sucesos más macabros cuando sofocó un conato de insurrección con torturas de carácter ejemplarizante. Así lo cuenta de la Iglesia:
«un buen día hallóse (sic) Urrutia en presencia de una formidable sedición que estaba llamada a culminar en la independencia. Pero poco maduro el movimiento y amenazado además de muerte porque en la metrópoli, como en las colonias, se recompensaba largamente a todo delator, fracasó de un modo inesperado y cayeron entre las
duras garras del general Urrutia, los jefes de la conspiración, Pedro y Leocadio Zea, con catorce compañeros más de ideas y de infortunio. Entonces pudo muy bien decir el gobernante habanero: Ahora va a saberse quién es Urrutia«.
Decidió entonces Carlos Luis de Urrutia suspender la acción de los tribunales, y haciendo valer el carácter de inmiscuirse en todo aquello que le interesases (similar al comportamiento de Miguel Tacón en Cuba), dando por ley su palabra y su capricho. Sentenció entonces a modo de escarmiento a aquellos hombres. Dejemos que sea de la Iglesia quien prosiga el relato:
«Pero en lo de sentenciar a pena capital a reos de un delito en calidad solamente de tentativa, pues no había llegado a realizarse, no se ve la negra silueta de Urrutia que al fin general español y en tiempos de reacción tenía que proceder como general en jefe en plaza sitiada. Donde se descubre un abismo de crueldad inaudita dentro de aquella alma ordenancista y peca es en los accesorios llamémosles así, con que se complació en exornar la horrible hecatombe.
Dieciséis seres humanos en la más espantosa miseria, fueron conducidos al lugar del suplicio metidos en sacos arrastrados a la cola de otros tantos asnos. Frente a dieciséis horcas alzadas en una sola larga pértiga, recibieron los cuerpos de los infelices ya tundidos y atenaceados por el hambre y los tormentos en la prisión.
Después fueron bajados de las horcas, descuartizados y fritos los aún palpitantes miembros en grandes pailas de alquitrán que el previsor gobernante había dispuesto con anticipación al pie del cadalso. Como un coro siniestro de este grupo principal de los mártires, cociéndose en su propia salsa, multitud de sayones azotaba al pie de la horca a los patriotas que momentos después habían de salir para el presidio por toda su vida.»
Años finales y legado
Con el mérito de aplacar cuanta idea liberal se encontró en su camino fue destinado al Reino de Guatemala por Orden Real del 5 de mayo de 1817, una zona de complejo teatro geo-político, donde tuvo que cesar su cargo debido a complicaciones de salud. Era ya un veterano general que se vio obligado a delegar el mando el 9 de marzo de 1821.
El jefe subalterno, Gabino Gaínza, se vio superado por el ánimo independentista en combustión -debido al influjo de la recién decretada independencia total de México mediante el Plan de Iguala– que se había desatado en el Reino de Guatemala.
(El término «reino» es más literario que literal, pues esta amplia extensión nunca tuvo rey ni se manejó como una monarquía. Su situación es bastante cercana al de una comunidad autónoma actual. El uso de reino se establece más por una cuestión de alcance territorial pues esta jurisdicción comprendía los actuales países de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.)
Pese al interés de las fuerzas independentistas, que firmaron la separación de Centroamérica el 21 de septiembre de 1821 en Guatemala, Carlos Luis de Urrutia no se adhirió a la revolución. Negándose además a ser juzgado por su gestión en el gobierno y a pagar los 70 000 pesos oro que le exigían las tropas rebeldes por un salvoconducto a Cuba.
Viendo que no era posible negociar con tan intransigente general se decidió enviarle a México donde sería juzgado por sus acciones en ambos territorios. En mitad del traslado consiguió evadir a sus captores y escapar a Cuba junto a su esposa. Algunas fuentes señalan que consiguió sobornar a los soldados que le conducían, mientras otras mencionan una huida a través de la selva y en condiciones penosas. La realidad es que en el trayecto perdió a dos de sus cuatro hijos y que al llegar a La Habana a finales de aquel año su salud se había resquebrajado enormemente.
Ermita del Potosí, Cementerio Viejo de Guanabacoa
Una vez en Cuba se trasladó a la ciudad de Guanabacoa donde falleció un 30 de diciembre de 1825. Su fallecimiento tuvo gran repercusión en la sociedad habanera del período y recibió una despedida militar además de que se editó cinco días después de su fallecimiento una amplia biografía sobre su vida.
El tiempo se ha llevado su nombre pues solo se le menciona como represivo hombre de estado al servicio de la corona española que jamás mostró piedad por los criollos y ese carácter inclemente lo ha colocado en la oscura vitrina de los crueles gobernantes de nuestra América.
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