La Habana fue siempre un lugar popular entre los turistas norteamericanos y los Ferrocarriles Unidos lo sabían. Su ambiente español y cierto romanticismo, exacerbado tras la victoria de las armas norteamericanas en su “espléndida guerrita” con España empujaban a la Isla una corriente cada vez mayor de viajeros del norte.
Sin embargo, más por carencia de hospedajes decente y de comunicaciones que por fatalismo geográfico, el resto del archipiélago cubano permaneció durante casi toda la República ajeno al fenómeno del turismo.
Una de las empresas que vio un filón de oro en el turismo fue la United Railways of Havana (los Ferrocarriles Unidos de La Habana) que controlaba parte de los caminos de hierro en la Isla. Esta compañía, ya desde las dos primeras décadas republicanas, ofertaba excursiones en tren para que los viajeros que arribaban a la capital pudieran conocer las bellezas del resto de la Isla. De La Habana estos podían trasladarse en primera o segunda clase a Matanzas, Cienfuegos o Batabanó, donde tras un breve descanso en algún hotel como el Dos Hermanos, se tomaba un vapor hasta la Isla de Pinos.
En la década de 1930, la crisis del turismo obligó a la empresa y los que se asociaban a ella en la organización de las excursiones a adoptar nuevas estrategias. Esa fue la razón de que se ampliaran las excursiones a otras ciudades cubanas y se extendiera el uso del sistema de todo incluido, que era muy popular en Estados Unidos. En la oferta la empresa incluía estancias de tres o siete días en determinados hoteles de Varadero, Trinidad, Santiago de Cuba o Isla de Pinos.
La estancia en la Isla era de dos y seis días (uno menos que en el resto de los destinos del país) pero sumaba el pasaje de ida y vuelta, el camarote en el barco y un desayuno a bordo, además del transporte en automóvil entre Gerona y La Fe para que los turistas disfrutaran de los famosos baños hidrotermales existentes en el lugar.
Sin embargo ni esta iniciativa, ni otras similares lograron sacar al turismo cubano de la crisis que sufrió durante las décadas de 1930 y 1940, en que continuó siendo un fenómeno local que no iba, como norma, más allá de La Habana y sus alrededores.
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