La primera presentación de una ópera en La Habana de la que se tiene noticia ocurrió el 12 de octubre de 1776. Así se desprende de un anuncio aparecido en el Diario del Gobierno de La Habana el 19 de diciembre de 1815 que expresa:
TEATRO. Hoy martes 19 del corriente, si el tiempo lo permite se executará a beneficio de la Sra Mariana Galino, la nueva ópera trágica del primer mérito en tres actos Dido abandonada (…) Es uno de los primeros dramas del teatro francés. En el italiano mereció singular aplauso el que compuso el célebre Metastasio, y se cantó en esta ciudad el 12 de octubre de 1776.
Esta ópera se cantó en el recién inaugurado Teatro Coliseo, musicalizado por un compositor que no se ha podido precisar.
De 1776 a 1791 existe un profundo vacío sobre la historia de la ópera en Cuba debido a la ausencia de publicaciones periódicas. Sin embargo, al crearse el Papel Periódico de La Habana aparece el primer anuncio sobre una función de ópera el 15 de noviembre de 1791. Se trataba de la ópera cómica francesa en tres actos Zemira y Azor con música de André Ernest Gretry que se presentó en el Teatro Coliseo.
A fines del siglo XVIII las presentaciones operísticas se trasladan al Teatro del Circo por encontrarse el Coliseo en reformas desde 1794. Allí, en 1800, se presentó una compañía de ópera cómica francesa, procedente de Nueva Orleans, la cual presentó por primera vez en Cuba la famosa “Serva padrona” de Giovanni Battista Pergolesi.
En septiembre de 1801 realizó temporada en Cuba otra compañía francesa: la de Jeanne Faucompré, que ocupó el Teatro Provisional de la Alameda (construido expresamente para ella. La compañía presentó tres óperas cómicas de Gretry: “La fausse Magie”, “Les deux avares” y “El marqués de Tulipán”. Sobre estas presentaciones aparecieron algunas críticas en el periódico habanero El Regañón.
Temporadas de ópera en el Teatro Principal
Finalmente, tras ser remozado en su totalidad, el antiguo teatro Coliseo reabrió sus puertas el 10 de abril de 1803 con el ambicioso nombre de Teatro Principal. Para su estreno se escogió la ópera bufa en dos actos “Cesarino o el amor y la naturaleza”.
A la mayoría de estas obras resulta muy complicado seguirles la pista, pues sólo en ocasiones extraordinarias se nombraba al compositor y a los cantantes en los anuncios de prensa. Tan parcos eran estos anuncios que la mayoría de las óperas que se presentaron en la época se deben clasificar como anónimas. A esto se le suma el problema adicional de que, en no pocas ocasiones, los empresarios cambiaban los títulos originales por otros que tuvieran más pegada comercial.
A la par de las compañías extranjeras, en el Teatro Principal se presentaron entre 1803 y 1811 funciones de ópera cantadas por artistas locales que cultivaban el género dramático e interpretaban las llamadas “tonadillas”, una especie de sainete lírico que constituía en sí una pequeña opereta cómica.
El 8 de septiembre de 1807 se cantó en el Teatro Principal el drama lírico en un acto América y Apolo del poeta Manuel de Zequeira y Arango, con música de un compositor desconocido. Esta ópera se escribió expresamente para celebrar el nombramiento de Manuel Godoy, favorito de Carlos IV, como Gran Almirante y Príncipe de la Paz.
América y Apolo, cuyo libreto se conserva en la Biblioteca Nacional José Martí, es una “pieza de circunstancia”, un género muy en boga en la época para celebrar actos palaciegos en honor de figuras reales o nobles. En su libreto, Zequeira sigue el formato de Metastasio: arias, duos y coros se suceden, enlazados por recitativos.
Para la temporada 1811 – 1812 llegó a La Habana procedente de España una compañía de ópera y baile de mayor envergadura que todas las que habían actuado haste entonces en el Teatro Principal. Algunos de los cantantes, como la soprano Mariana Galino, la mezzo Isabel Gamborino y el tenor Juan Pau, procedían del Teatro de los Caños del Peral, de Madrid, el máximo coliseo operístico de la capital española.
Estos artistas, unidos a cantantes locales de calidad modesta, ganaron rápidamente seguidores en Cuba y la ópera comenzó a desplazar a la tonadilla y el teatro de la preferencia popular.
Tanto éxito tuvieron estos artistas que decidieron establecerse en Cuba y se convirtieron en una compañía “local” que estuvo ofreciendo temporadas operísticas entre 1811 y 1832. Durante esas dos décadas la compañía presentó cerca de 120 óperas distintas, una cantidad fabulosa para la época, en temporadas de once meses en las que se ofrecían unas 70 funciones.
Su repertorio estaba formado por óperas italianas, francesas, españolas y varias compuestas en Cuba por músicos extranjeros. Así, aparecen los nombres de Gretry, Monsigny, Mehul, Spontini, Boieldieu, Laserna, Manuel García, Isouard, Salieri, Cimarosa, Paisiello, Mozart, Cristiani, Picini, Rossini y otros.
Tras la presentación de la primera ópera de Rossini en Cuba, “La italiana en Argel”, el 10 de noviembre de 1817, el “rossinismo” imperó en los diletantes que acudían al Principal. En los tres lustros de 1817 a 1832 se cantaron en La Habana 19 óperas de Rossini que se repusieron constantemente durante cada temporada. Entre ellas se pueden mencionar: Tancredo (1818), El barbero de Sevilla (1823), La urraca ladrona (1824), Moisés en Egipto (1827), Semíramis (1827), La dama del lago (1830), Armida (1830) y El Conde Ory (1830).
Otra modalidad muy de moda en Cuba consisitió en adaptar música de ópera de Rossini a nuevo libreto. Así surgieron las óperas “Carolina” y “Rosa y Narciso”. Después de 1834, cuando comenzaron a conocerse las partituras de Bellini, Donizetti y Mercadante, el “rossinismo” se fue diluyendo poco a poco.
Auge y final de la ópera en Cuba
En 1833 los acaudalados hacendados habaneros trajeron a la capital a una compañía de ópera italiana, la primera que actuaba en Cuba. Esta debutó en el Teatro Principal el 16 de enero de 1834 con “Elisa y Claudio” de Saverio Mercadente con un éxito rotundo.
La nueva época de la ópera italiana coincidió con la apertura del Teatro Tacón, construido por el empresario Francisco Marty con apoyo del capitán general Miguel Tacón. El viejo Teatro Principal entró entonces en decadencia hasta que finalmente desapareció a mediados de la década de 1840.
A mediados del siglo XIX la ópera había conquistado ya toda la Isla. Ciudades como Santiago de Cuba, Trinidad, Matanzas o Camagüey tenían sus propias temporadas operísticas e incluso se representaban obras que no llegaban a estrenarse en La Habana.
Desde 1834 hasta 1930 muchas fueron las compañías qye actuaron en el Tacón, en el Villanueva (donde se estrenó el Guillermo Tell de Rossini el 18 de noviembre de 1858), en el Albisu, en el Payret y en el Irioja (hoy Martí). Cantantes como Jenny Lind, Adelina Patti, Marieta Gazzaniga, Erminia Frezzolini, Mario Tiberini, Lorenzo Salvi, Angela Peralta, Karl Formes, Victor Capoul, Antonio Aramburo, Lorenzo Abruñedo, María de Macchi, Libia Drog, Mario Sammarco, Pietro Ughetto, Emilia Corsi, Chalia Herrera, Michele Sigaldi, Anne Charton- Demeur y un centenar más de voces famosas que recorrieron no sólo los escenarios de La Habana, sino los de toda la Isla durante el siglo XIX.
En la pasada centuria se escucharon las voces de María Barrientos, Luisa Tetrazzini, Antonio Palet, Ernestina Poli, Nicola Zerola, Hipólito Lázaro, Titta Rufo, Lucrezia Bori, Giovanni Martinelli, Tito Schipa, Ernesto Caronna, Ofelia Nieto, Angeles ottein, Manfredo Polverosi, Giuseppe Taccani, Conchita Supervía, Manuel Salazar, Rossina Storcchio, Virgilio Lazzari y una lista que sería casi imposible de terminar.
En las primeras décadas del siglo XX siempre hubo temporada de ópera en Cuba; más o menos larga en dependencia del abono y, cuando la taquilla se volvió insuficiente, los empresarios buscaron el apoyo del Estado.
Uno de ellos, Adolfo Bracale, consiguió traer a La Habana a Enrique Carusso en 1920 (un año antes de su muerte) y a Miguel Fleta en 1930, en su última temporada y con un conjunto que dejaba bastante que desear. Ese mismo año, una compañía de rusos blancos, la Ópera Privé de París dio a conocer en La Habana las primeras óperas rusas: “El príncipe Igor”, “La Feria de Sorochinski” y “El zar Saltán”.
Sin embargo, la crisis política, económica y la violencia provocada por la caída del presidente Gerardo Machado terminaron por alejar a los empresarios operísticos de Cuba.
Ante este vacío, en 1938 – 39, el maestro Gonzalo Roig, junto al crítico de el periódico El Mundo, Juan Bonich fundaro la Ópera Nacional. Mas, la repentina muerte de Bonich, unida a la falta de apoyo oficial y las intrigas de los artistas locales que no pertenecían a la compañía hicieron fracasar eeste empeño.
El último intento serio por rescatar la ópera en Cuba durante la República lo protagonizó la Sociedad Pro Arte Musical durante la década de 1950. Anualmente, y con ayuda de un subsidio oficial, Pro Arte organizó una temporada de ópera en La Habana. En ella se ofrecían cuatro funciones: dos para los socios de la sociedad y dos abiertas al público.
Comentarios Recientes