La habanera Belkis Ayón desembarcó en Madrid con su exposición «Colografías» el 21 de noviembre de 2021. La muestra que se exhibe en el Museo Nacional-Centro de Arte Reina Sofía permanecerá a disposición del público madrileño y europeo hasta el 18 de abril de 2022.
Con cerca de 50 obras que muestran la evolución de la artista desde que comenzó a investigar los ritos secretos de la Sociedad Abakúa -con raíces en el Calabar (actual Nigeria) y que se extendió ampliamente entre los esclavos africanos desplazados a América, en especial Cuba- permite al espectador ser partícipe de un mundo onírico, profundo, lleno de interrogaciones y desencuentros.
La evolución de la obra de la artista fluye al unísono de la aguda crisis económica, política y social que marcó al país tras la caída del Campo Socialista de Europa del Este, y que dio paso a los años duros del llamado Período Especial, pero en ella, además de una gran introspección, se atisban elementos más personales y universales que, partiendo del mito de la princesa Sikán, encuentran paralelismos en otras religiones como la cristiana.
Tristemente Belkis Ayón se quitó la vida el 11 de septiembre de 1999, cuando apenas contaba con 32 años, dejando esa exploración, más madura y cimentada, trunca. Su desaparición física no ha sido impedimento para que su obra continúe de actualidad y siga acaparando la atención de la crítica especializada y de los amantes del arte cubano moderno.
En gran medida está presencia está cimentada gracias al proyecto Belkis Ayón Estate, que dirigió hasta su fallecimiento su hermana Katia, y a la labor de la curadora, y amiga personal de Belkis, Cristina Vives del estudio habanero Figueroa-Vives.
Belkis Ayón Manso, para salvarnos de nosotros mismos
Algo tiene la obra de esta habanera nacida un 23 de enero de 1967 que produce estremecimiento y conflicto a los visitantes que se acercan a su universo. Algo tiene, porque yo recuerdo una tarde de tormenta en Cienfuegos (Cuba) en que mi padre me llevó a una muestra suya.
Infante travieso al que el arte le robaba el tiempo de mataperrear, aquella exposición no me gustó, sin embargo recuerdo con sorprendente nitidez el impacto que me produjeron aquellas sombras con ojos como espejos. El desencanto reivindicativo de la obra de Belkis Ayón me recordaba al Guernica que mi padre tanto reverenciaba entonces.
Ambas obras han quedado marcadas en mi psique, por cuestiones que no tienen relación lógica. Por eso cuando andando por el Paseo de Delicias descubrí el nombre de Belkis Ayón en la moderna fachada del edificio Nouvel del Reina Sofía sentí el regocijo de la justicia poética infantil confirmada.
Lejanos los años de infancia podría acercarme nuevamente a la obra de Belkis Ayón de forma presencial, estaría expuesta a escasos metros del Guernica de Picasso, todo encajaba.
Y la muestra no defrauda. Al comienzo de la misma se nos presenta una entrevista que le realizó Inés Anselmi (disponible aquí) en la cual Belkis Ayón explica su interés por la Sociedad Abakuá y las interioridades de la misma (machismo, religión y poder).
Ese acercamiento por «pura curiosidad» mientras terminaba sus estudios en el Instituto Superior de Arte (ISA) se convirtió en obsesión y simbiosis para la grabadora, en particular con el personaje de Sikán, la princesa escogida para recibir el Secreto, que da origen al reverenciado Sikanékue, -la unión de la princesa y la manifestación divina en forma de pez que se realiza a través del sacrificio de la princesa-, uno de los más importantes ritos de los ñáñigos cubanos.
Esta transformación de la princesa, que había sido «repudiada por traidora con anterioridad y que termina siendo venerada por los Efik y los Efor» -como consignó Lydia Cabrera en La Lengua Sagrada-, es la base desde la cual plantea su visión Belkis, reinterpretando desde un prisma novedoso las interioridades de un sociedad secreta, exclusiva para hombres.
Belkis «Sikán» Ayón
La princesa Sikán se convierte en el alter ego de la artista que a través de este personaje complejo confronta la realidad contemporánea que la rodea, extendiendo a otros contextos más formales, como en Abasí, sálvanos (1989) o La familia (1991), las interioridades de la sociedad secreta Abakúa.
En esta última obra se nos muestra, a través de la típica foto familiar que adornaba muchas casas cubanas, la imagen de Sikán y Mokongo, su novio, aunque cargada de simbolismos religiosos que se extienden más allá del marco ñáñigo.
En este sentido, Belkis Ayón realiza una primera exploración de los límites que merodean futuras obras, donde estas aristas de religiosidad, poder y cotidianeidad, confluyen y trascienden el propio ambiente adscrito al rito de Sikán.
Si en algunas de las colografías de los años ochenta se observa interés en jugar con las texturas y el color, en la década del noventa es donde alcanza su completo dominio de los tonos oscuros y los blancos absolutos, haciendo gala de un sentido técnico excepcional para manejar los tonos intermedios a través del tejido de diversas texturas y patrones (a modo de escarificaciones en la piel de los personajes) y elementos como el papel de lija, el gesso, e incluso durante un período experimental en Italia, del mosaico en losa.
Es notable el afán de la artista, incluso en sus obras más bidimensionales, de dotar de mayor complejidad a la pieza. Expandiendo el tamaño y profundidad de las creaciones manifestando el deseo de Belkis Ayón de romper los moldes a los que se podía circunscribir el grabado cubano del momento.
Monumentalidad y liturgia
Circunscribir la obra de Belkis Ayón a su condición de mujer negra en un ambiente de por sí hostil como es la mentalidad latina y su complejo entramado de poder y machismo, es limitar, como hemos mencionado, la capacidad de la artista de hacer universal sus inquietudes filosóficas.
Incluso en obras más concretas como La Cena (1989-1991) o Nlloro (1991) el espíritu revolucionario y la necesidad de confrontar el entorno social y los inmovilismos simbólicos que rodean el círculo vital de cualquier ser humano son expuestos con solidez y suficiencia, saliéndose del marco estático que pueden representar, y volviéndose globales sin resultar ajenos al proceso que se describe.
Los personajes individuales de Belkis Ayón se encuentran visiblemente marcados por los contrastes, ese espíritu de la artista de dotar a cada uno con un propio trauma-conflicto a través de distintas tonalidades y tejidos, adquiere mayor atención en las obras más grandes de la muestra como en Añoranza (1998- colografía en papel), donde se observa, apenas perceptible, a una figura en el centro de la obra.
Cuando no quede nada, Sikán Ayón seguirá ahí
Su obra no debe verse solo desde el prisma de lo Abakuá, lo formal, o el diálogo Sikán-Belkis, pues como se hace patente en la última sala que presenta los tondos y matrices de su última exposición Desasosiego, la artista profundiza, aún más, en la complejidad personal circunscrita a cada ser.
Más allá de la riqueza técnica, de la ambición formal y la necesidad de encontrar otras vías de comunicar que trascienden el límite físico del grabado tradicional, no debe perderse ese sentido que interconecta la obra de Belkis y es la necesidad de contarse a sí misma, de entenderse y encontrarse.
Desde los trípticos iniciales de la muestra, fechados entre 1985 y 1987, hasta los tondos finales -además de la mencionada evolución técnica y la riqueza que adquiere gracias al dominio que hace Belkis de la colografía-, existe un diálogo que busca confrontar, romper el marco personal y entender al individuo dentro de la sociedad circundante.
En este sentido el detalle que queda marcado en el espectador es la perfección con la cual ejecuta Belkis los ojos de sus personajes, convirtiéndolos en puntos de fuga y encuentro que se roban el límite del espacio general de la composición. Sin importar las dimensiones de la obra en cuestión, cada ojo resulta una incógnita per se que corresponde al invitado confrontar desde sus necesidades internas.
El título de una de las obras, donde curiosamente no hay ningún ojo, sirve de botella al mar de los días por venir: “aunque vayamos al cielo siempre se acordarán de nosotros”. Marcando esa necesidad, quizás inconsciente, de ascensión, que se manifiesta marcadamente en las últimas creaciones de Belkis Ayón donde queda de manifiesto el deseo de romper el plano físico-humano-individual.
Una ascensión consumada por la grabadora si atendemos a la magnífica vigencia que muestran los conflictos atemporales de su obra.
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