El proyecto del Canal Sanitario de La Habana es uno de esos cientos de planes urbanísticos, arquitectónicos, técnicos y militares que por una razón u otra no se realizan.
Ya sea por cuestión de presupuesto, fiabilidad o intereses de otro tipo, lo cierto es que la hemeroteca (como en este caso) resulta curiosa para mostrarnos LA HABANA QUE PUDO SER. ¿Se imaginan además del Malecón (que se pudo llamar «de mar») contar con una Riviera artificial («malecón de interior»), a modo de gran paseo, que convirtiese a La Habana en una isla? Pues entre las muchas propuestas del Dr. Wilson, esta era la más arriesgada de toda.
Como veremos en este artículo, la curiosa propuesta, pese a no realizarse, buscaba «modernizar» a La Habana colonial con propuestas ambiciosas tras la demolición de las murallas y muestra el interés existente en la sociedad por mejorar la salubridad, el transporte, las zonas de recreo y esparcimiento y, en general, cambiar la sensación de enclaustramiento y fetidez con que se etiquetó a la ciudad intramuros.
El Canal Sanitario de La Habana
El proyecto del Canal Sanitario de La Habana* estaba elaborado por el Dr. Erastus Wilson, un ciudadano norteamericano que estuvo radicado en la ciudad desde 1866 hasta su fallecimiento el 9 de abril de 1910. Escribió varios ensayos sobre la sanidad y salubridad habanera, y fue un miembro activo del gremio de dentistas de la ciudad.
La primera de estas propuestas, y probablemente la más polémica, implicaba realizar un canal artificial que siguiera el recorrido de la calle Infanta, desviándose a la altura del Paseo de Tacón o (Carlos III), para recorrer el campo de Peñalver, y tras pasar por debajo del Puente de Chávez y de Cristina, desembocar en la ensenada de Tallapiedra, en las faldas, entonces cenagosas, del Castillo de Atarés.
Crear una anillo marítimo, que uniese el Golfo de México con el fondo suroeste de la bahía, alrededor de La Habana, además de sorprendente resultaba sumamente costoso (cerca de dos millones de pesos solo el dragado y acondicionamiento) pero además traía algunos conflictos de carácter logístico para la futura expansión, ya iniciada, de la ciudad hacia la zona del Carmelo y El Vedado.
Para cruzar el futuro canal -siguiendo en trazado paralelo a la calle Infanta- habría que realizar más puentes que los cuatro señalados en el ambicioso plan, pero además existían otros costosos problemas, el más evidente resultaba la utilidad real del Canal Sanitario de La Habana para limpiar la contaminación de la bahía aprovechando solamente la fuerza de la corriente del golfo.
En general esta rompedora propuesta (del canal) tenía toda la perspectiva de convertirse más en un obstáculo que en una inversión de utilidad. Supongo que el principal escollo burocrático radicaba en que el Ayuntamiento había destinado durante casi una centuria recursos para rellenar el manglar que había estado en la zona del puente de Chávez, llegando hasta el Matadero, como para ahora dragar un río artificial allí.
Como este artículo no tiene ninguna ambición urbanística, dejamos aquí este tema, pero no debe extrañar al lector este tipo de propuestas que ahora se podrían considerar anacrónicas (aunque los canales y ríos artificiales continúan contrayéndose, sobre todo como reclamo turístico, en muchas ciudades sin acceso al mar; verbigracia el Canal de Santa Lucía en Monterrey).
Baste señalar que durante el siglo XIX se produjeron muchas «medidas desesperadas» con el fin de modernizar las ciudades y resolver las trágicas condiciones epidemiológicas -que dejaron sucesivas epidemias de cólera- y que demostraron la necesidad de las redes de saneamiento para mantener saludables a la población en los grandes asentamientos urbanos.
Proyectos como el llenado de Back Bay en Boston o el levantamiento manual, dos metros sobre el suelo, de la ciudad de Chicago -para colocar un sistema de alcantarillado eficiente-, pueden ser dos de los modelos que estudió el Dr. Wilson para su proyecto del Canal Sanitario de La Habana.
En el caso cubano era imperativo encontrar soluciones a estas enfermedades infecciosas, algunas de ellas endémicas del país por sus condiciones tropicales (la fiebre amarilla o vómito negro resulta la más conocida y estudiada por su letalidad), de ahí la importancia de sanear la bahía y crear un sistema de alcantarillado y cloacas que aguantase las temporadas de lluvia, pero no sería hasta el período de intervención norteamericano que estas medidas se tomaron con la diligencia necesaria.
Malecón y Avenida del golfo
Por muy revolucionaria y extraña que pueda resultar esta idea en la actualidad la primera propuesta se remonta, según las actas del Cabildo al 18bde diciembre de 1653 cuando don Francisco Gerdel o Xedler propuso hacer un canal desde la ensenada de Atarés hasta la playa de San Lázaro, considerando que así se reforzaría la defensa de la plaza.
El proyecto fue rechazado, como también lo fue la expansión del recinto amurallado de la ciudad hasta este límite geográfico. Por tanto, la franja elegida por el Dr. Wilson para su Canal Sanitario no resultaba ajena al gobierno militar.
A sabiendas de la complejidad de su proyecto, el Dr. Wilson propuso utilizar el sobrante de la piedra y la tierra dragadas en el proyecto del Canal Sanitario de La Habana para rellenar la zona del litoral norte de la ciudad. El futuro Malecón o Avenida del Golfo, a diferencia de otros proyectos con finalidad militar (uno de ellos de Francisco de Albear), buscaba realizar una mezcla de ambos, dando preponderancia al embellecimiento del litoral y que no perdiesen la funcionalidad los baños de mar donde La Habana iba a refrescar en el verano.
Con el fin de no destruir el tejido urbano existente, la propuesta pretendía robar espacio al piélago (como se haría durante el siglo siguiente) y rellenar hasta crear una zona de arena lo suficientemente amplia para que fuese usada como alameda, sin desmerecer la función defensiva.
Un malecón proyectado en el punto más prominente de la costa en forma de un arado, interceptaría una parte de esta corriente que empujada por la constante propulsión de la misma que viene atrás, cruza ría el canal sanitario dibujado en este plano, atravesando el valle ó sea Campo de Peñalver, para verterse en el mismo fondo de la bahía, y atravesando ésta, saldría por su único escape, el estrecho del Morro.
La suave flexión de la corriente para conducirla dentro del canal, y la forma de embudo que tiene ésta entrada haría el efecto de conservar su velocidad natural durante su tránsito por el canal y lo menos la de dos millas por hora en su tránsito por la bahía, que sería lo suficiente para limpiar en el trascurso de un tiempo razonable el fondo de ésta, y en combinación con el agua de Vento y cloacas, asegurará para la población un drenaje perfecto…
La tierra sacada del canal sanitario de La Habana distribuida sobre la superficie del valle levantaría éste al nivel de la Calzada de la Infanta dejándole tan seco y sano como cualquiera otra parte de la población; rellenaría también el parque, ó alameda del mar, desde la punta del Morro hasta el malecón.
Este uso del material valdría a la población su costo de excavación además del mayor valor del canal por la limpieza de la bahía ; y la roca en una parte de su propuesto trayecto daría lo suficiente para las murallas del canal, alameda y malecon. El saneamiento, objeto de este estudio, además de su necesidad, traería con su paseo á la orilla del mar y las demás mejoras proyectadas en este dibujo del plano, fuertes atractivos para los extranjeros para su residencia de invierno,
«Estudio sobre el saneamiento y defensa del puerto y de la Ciudad de La Habana y de la reforma de sus líneas de ferrocarriles-1886
*–Publicado en La Habana con el título de «Estudio sobre el saneamiento y defensa del puerto y de la Ciudad de La Habana y de la reforma de sus líneas de ferrocarriles-1886»)
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