Carlos Ruiz de la Tejera es, sin dudas, uno de los humoristas más relevantes del siglo XX en Cuba. Dueño de un humor inteligente y sutil, supo, a lo largo de su exitosa carrera, tejer una estrecha relación con el público al que respetaba por encima de todo.

Nació Carlos Ruiz de la Tejera en La Habana el 4 de agosto de 1932 y sus primeros pasos en el mundo del arte los dio en la década de 1960 a través del teatro con el Conjunto Dramático Nacional, con el que pudo pulir su talento natural de cara al público.

Después se insertaría en el Conjunto Nacional de Espectáculos en el que descollaría junto a estrellas de la talla de Sara González, Natalia Herrera o Tatica del Valle.

Tras la desaparición del Conjunto, Carlos Ruiz de la Tejera, a quien se le consideraba ya un maestro en eso de las risas, continuó trabajando con el Movimiento de Jóvenes Humoristas y posteriormente con el Centro Promotor del Humor.

Ser poco agraciado físicamente, en realidad bien feo – solía decir en sus espectáculos que cuando era bebé a su madre le preguntaban: «oígame, señora, ¿el bicho muerde?» – nunca fue una limitante para Carlos Ruiz de la Tejera, que se protegió con la coraza del humor y vivió a plenitud, feliz y con entusiasmo.

Carlos Ruiz de la Tejera, el artista

Circunscribir a Carlos Ruiz de la Tejera al estrecho margen del humorista – por mucho que haya sido esta su faceta más conocida – sería un error de bulto, porque fue un artista en toda la dimensión de la palabra.


Carlos Ruiz de la Tejera visto por el caricaturista Ajubel
Carlos Ruiz de la Tejera visto por el caricaturista Ajubel

Prueba de ellos sería que Titón le llamaría en varias ocasiones para que formara parte del elenco de sus películas. Así aparecería en joyas del cine cubano como «Las doce sillas», «La muerte de un burócrata» y «Los sobrevivientes».

Hombre de vasta cultura, elevó el humor a un plano intelectual sin caer jamás en la pesadez y la pedantería. Monologuista genial era capaz de tener atrapado al público por horas mientras mezclaba chistes con canciones y poemas como en sus espectáculos «Cantos de amor y vida», «Amor de ciudad grande» o el unipersonal «Carlos Ruiz de la Tejera en concierto», que hacían temporadas una y otra vez en los teatros siempre a lleno total.

Enemigo jurado de la vulgaridad y el chiste fácil, sólo entendía el humor si elevaba culturalmente al ser humano. Respetaba profundamente al público y jamás se burló de nadie en un escenario (salvo de él mismo) porque respetaba demasiado a su arte para hacerlo caer en la crueldad y la chabacanería.

En 1992, en los momentos más tristes del Período Especial, fundó, junto a su gran amigo Tatica del Valle, su peña del humor en el Museo Napoleónico, porque entendía, y así lo expresó siempre, que las peores penas se hacían más llevaderas a través del humor.

Allí, junto al público más cercano, daría vida a varios de sus más célebres monólogos como «La guagua» o «El hombre que quería enlatar el sol», basados en sendos textos de Héctor Zumbado.

Con el paso del tiempo, la peña de Carlos Ruiz de la Tejera rebasaría el dique de las risas y se convertiría en un reconocido proyecto cultural en el que hacían gala de su arte, trovadores, poetas, pintores y artesanos; un caudal inagotable de talentos del que surgieron varias figuras que son hoy referentes de la cultura nacional.

Carlos Ruiz de la Tejera abandonó este mundo el 3 de julio de 2015, a los 82 años de edad… y dicen que se fue riendo.


Carlos Ruiz de la Tejera (monólogo de la guagua)