Enrique José Varona fue catalogado como «el maestro de juventudes» por su vasto conocimiento y cultura, pero sobretodo por su interés y valor para comunicar la sapiencia acumulada a lo largo de su vida a los jóvenes cubanos. Estuvo en los campos de Cuba Libre durante la Guerra de los Diez Años, pero pronto descubrió que la mejor manera que tenía de servir a la patria no era el machete sino la pluma.
A diferencia de otros cubanos que abandonaron la manigua al eximio Enrique José Varona no se le atacó por ello, quienes le conocían entendieron los motivos que le llevaron a tomar la decisión de volver sobre sus pasos apenas cuatro días después de alzarse en Las Clavellinas, un 4 de noviembre de 1868. En la manigua apenas permaneció cuatro días, y enfermo se vio obligado a abandonar el teatro de la guerra.
Polémicas
No sería el único desliz del filósofo y pedagogo que además dedicó el infausto drama «La hija pródiga» (1870) a la metrópolis, atacando inicialmente al independentismo y defendiendo la postura autonómica, con entusiasmo, después. Martí, cuyo mérito para calibrar y unir a los cubanos a veces se toma a la ligera, lo reivindicó como estilete cultural de «lo cubano» y le llamó a su lado, quedando al frente del periódico Patria tras la muerte del Apóstol.

No se puede pedir a los hombres ser héroes, y desde luego no serlo durante toda una vida, Enrique José Varona no pidió serlo nunca, sin embargo se ganó con merecida justicia que su nombre permanezca entre las grandes personalidades que ha dado Cuba. Fue, eso no quepa dudas, un patriota total (con errores que supo componer), cuyo interés en brindar lo mejor a su patria aún permanece vibrando en la actualidad.
Enrique José Varona, patricio y pensador
Había nacido el ilustre pensador en Santa María del Puerto del Príncipe (hoy provincia de Camagüey) un 13 de abril de 1848, siendo bautizado como Enrique José Salvador en la Iglesia parroquial de Santa Ana el 29 de ese propio mes.
Realizó parte de sus estudios en el Colegio San Francisco de Asís de La Habana y en las Escuelas Pías de Puerto Príncipe, pero la base de su vasta cultura proviene de un ambiente económico acomodado que le impulsó a profundizar, de forma autodidacta, en las ciencias del espíritu (hoy diríamos sociales) desarrollando la oratoria, la prosa y la poesía.
Aunque no se graduaría de Bachiller hasta 1891 por el Instituto de Matanzas, obteniendo los títulos de Licenciado (1892) y Doctor (1893) en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana.
Sorprende que sea, relativamente, tarde en su vida cuando obtenga la titulación, siendo desde una década antes un consumado conferencista, poliglota, político y periodista, pero esto se debe en gran medida a la vorágine de su vida, pues en 1867 se había casado con Tomasa del Castillo y Socarrás, prima del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, y al comienzo de la guerra de los Diez Años ya había nacido el primero de sus diez hijos.

Su fina pluma recorrió desde la Revista de Cuba, El Fígaro, La Revista de Avance, Social, hasta El Triunfo (órgano del Partido Liberal Autonomista por el cual fue elegido a Cortes en 1884) y la Revista Cubana (1885) que fundó y dirigió.
Entre 1880 y 1887, año este en el cuál pronuncia su célebre conferencia «El poeta anónimo de Polonia» que muchos de sus contemporáneos consideraron como su ruptura definitiva con el gobierno colonial, se produce una radicalización en su pensamiento independentista. Durante su elección a Cortes visitó Madrid y su entrevista con el Ministro de Ultramar le hizo repensar sus planteamientos.
En este período también coincide la época en la cual comienza una relación epistolar con José Martí, al que había conocido brevemente en el Liceo de Guanabacoa durante el período que residió en La Habana y al que trató en las tertulias nocturnas de Azcárate, y sus conferencias abiertamente críticas con los postulados españoles le lleva a enfrentarse a sus anteriores amigos.
Muy llamativa resultó la visita del Lugarteniente General Antonio Maceo (más sobre la presencia del Titán de Bronce en La Habana aquí) a Enrique José Varona en 1890 y que provocó suspicacias en el gobierno colonial español, pero la figura de Varona gozaba ya de gran influencia en la población culta y universitaria de la ciudad, evitando represalias hacia su persona.
Incorpora a Juan Gualberto Gómez a la Revista Cubana y se entrevista con el comandante Gerardo Castellanos, intermediario de Martí, con el objetivo de saber su posición ante la lucha venidera.
En 1894 viaja a Nueva York para entrevistarse con Martí, pero no se produce este encuentro aunque sirve para reafirmar los lazos de Varona con el Partido Revolucionario Cubano. Sería la última oportunidad que tendrán los dos próceres de verse, meses después la manigua se toma la vida del Apóstol de la independencia cubana.
Independentismo
Enrique José Varona parte en octubre de 1895 al exilio y se incorpora activamente, desde las páginas del periódico Patria –hasta fines de 1897 cuando cesa su función como director continuando como editorialista- a la contienda emancipadora. En este período mantiene la amistad de otros consumados intelectuales como Manuel Sanguily, Raimundo Cabrera y el influyente abogado norteamericano Horatio Rubens.
En el período de intervención norteamericana es elegido al frente de la Secretaría de Hacienda, en la cual apenas estaría semanas hasta que el primero de mayo del año 1900 toma posesión de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, desde la cual realizaría el controvertido Plan Varona que reformaría el sistema educacional de la época, con sus luces y sombras, es considerado el aporte más significativo de Varona dentro de este período convulso, de enormes transformaciones en la isla.

Un republicano convencido
El 8 de mayo de 1902, tras rechazar la postulación a Senador por Camagüey, toma posesión de su cátedra en la Universidad de La Habana como profesor de Lógica, Psicología, Ética y Sociología, hasta que en 1913 es elegido Vicepresidente de la Republica por el Partido Conservador, que había fundado.
El presidente electo, Mario García Menocal, tuvo una compleja relación con Varona, llegando a la ruptura en 1915 por las críticas de Varona al propio Gobierno del cual formaba parte. Atacó por todos los medios la reelección de Menocal, pese a permanecer en el cargo hasta el fin del mandato en 1917.
En 1918 es nombrado Profesor Honorario de la Universidad de La Habana. Durante estos años no deja de escribir y publicar poesía, prosa, ensayos, conferencias filosóficas y políticas, al tiempo que colabora en casi todas las revistas y periódicos de La Habana. Además de involucrarse en las distintas asociaciones intelectuales de la época, entre ellas destaca como miembro fundador y primer director de la Academia Cubana de la Lengua.
En 1920 tanto el Partido Liberal como el Conservador le ofrecen la candidatura a las elecciones presidenciales pero Enrique José Varona las rechaza, el presente no es ya su tiempo.

Sin embargo no duda en apoyar las nuevas corrientes ideológicas que llegan de Europa, al tiempo que funge como autoridad moral e intelectual del país. El 13 de diciembre de 1925 firma la carta pública de los minorista a Machado para interceder por Julio Antonio Mella, en huelga de hambre. Posteriormente sería un opositor directo a la prórroga de poderes y al gobierno, ya dictatorial, de Machado.
El 30 de marzo de 1927 un numeroso grupo de estudiantes de la Universidad Nacional (de La Habana) tras celebrar un violento meeting de protesta contra la llamada Ley de Reforma Constitucional y Prórroga de Poderes, se dirigió al hogar de Enrique José Varona…
¿Preguntaron, se nos dejará ir? ¿o, nos recibirá el Maestro? ¿o, por qué unir a Varona con la juventud y con este intento anticonstitucional que nos provoca?
Nada preguntaron: pero llegaron, y los acogió la prócer mano anciana, y ante el presente y ante el provenir galvanizaron, en un todo único de esencial armonía, al viejo-símbolo y a la juventud-promesa en una idéntica condenación de una hora y de una generación traidoras…
Varona intuye la responsabilidad de la época y la misión que en ella le correspondería…
Raúl Maestri en la Revista de Avance-«1928»
El 22 de junio de 1933 el embajador norteamericano Sumner Welles se entrevista con Varona en la residencia de este, siendo esta una de las últimas intervenciones políticas.

El 16 de agosto de ese año, ya con Machado fuera de la isla, escribe y publica el artículo, «Mis consejos» donde analiza con su sagaz e irónica perspectiva la situación futura de Cuba. El 19 de noviembre de ese año fallecía el ilustrísimo hombre de letras en su residencia del Vedado, conocida como Villa Fe.
Desde que abandonó La Habana en el año 1895, para ponerse al servicio del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York, Enrique José Varona no cesó de trabajar en bien de Cuba. En el período libertador, dirigiendo «Patria» y escribiendo folletos y artículos que produjeron honda impresión en el espíritu continental.
En la paz, estructurando la escuela de la República sobre bases racionales, formando un pensamiento filosófico que aún hoy merece atención respetuosa y dando a los cubanos el consejo alto y sano de una mente siempre serena y noble.
La muerte de Varona, ocurrida en momentos de peligro y de crisis, constituye una pérdida irreparable para Cuba. CARTELES se asocia al duelo de la nación y se descubre respetuosamente ante la tumba del Maestro.
Nota necrológica de la Revista CARTELES
Jorge Mañach conversa con Enrique José Varona
Del artículo de Jorge Mañach, por su extensión, decidimos incluir los fragmentos que consideramos más notables, el relato en primera persona corresponde al autor del texto. Hemos incluido algunos comentarios que irán entre paréntesis, mientras que en letra cursiva se encuentran las respuestas de Enrique José Varona.
***
Este viejo ilustre representa, por lo menos, la concreción de ejemplaridad de dos generaciones; acaso tres. Salvo don Mariano Aramburo, todos los autores «del patio» parecen acordes en reconocer que es don Enrique José Varona, después de Martí, nuestro cubano más egregio.
Puede que la fauna política y palaciega también tenga hoy otra opinión (se refiere en presente a la época del Machadato, al cual se opuso tenazmente Varona, recibiendo del gobierno la rebaja a la mitad de la paga que recibía por su jubilación).
En todo caso, muerto Manuel Sanguily -aquel otro gran viejo, tan lleno de finas aristas- Varona ya no tiene competidores. Es el «hombre-cumbre«, el «viejo patricio«, el «prócer» por excelencia. Las revistas extranjeras lo mencionan con veneración. Los forasteros que pasan por La Habana van invariablemente a visitarle en su casita del Vedado.
La casita del doctor Enrique José Varona en el Vedado tiene algo de la sencillez, el recato, la claridad y la lógica compostura de su estilo. Es la morada, sin apuros y sin lujos, del funcionario que ya se ha retirado a vivir de su pensión.
Da pena, sin embargo, verla allí, metida entre las demás, como una morada cualquiera. Parece que debiera tener un rótulo dorado a la puerta que dijese: «AQUÍ VIVE ENRIQUE JOSÉ VARONA«, para que las gentes, al pasar, se descubriesen y no metieran ruido…

Y la conversación se desvía, gratamente, hacia el panorama de las letras cubanas actuales:
-«No sé cómo pueden ustedes hacer todo lo que hacen, amigo mío (se refiere a la labor del grupo Minorista, pináculo de la Vanguardia cultural cubana del período). Aquí nadie se ocupa del arte ni de la literatura; sencillamente no interesa.
¿Cómo puede pedirse más, ante un pueblo que está de espaldas a la cultura, embebido en hacer dinero? Siquiera antes, en mi tiempo, había un interés más público por estas cosas…
Yo di un curso de conferencias en La Habana, allá por 1880, y recuerdo que el local era poco para contener tales muchedumbres. Se anhelaba más, se respetaba más la obra de la inteligencia».
¿Y la labor en sí de los jóvenes de hoy, qué piensa de ella el Maestro? Sale lo de «la juventud llena de promesas»; y luego, ciñéndose a «1927» (nombre de la Revista de Avance, que no quería definirse de otra manera que con el año de la edición en su portada).
-«He leído todos los números… Están haciendo ustedes una bonita labor, importante. Por lo menos en la prosa. Los versos, le confieso a usted que no los entiendo -tal ves por insensibilidad ya de mis años, tal vez por que no estoy suficientemente al tanto de las nuevas modas»…
Varona sonríe con ironía. Yo también sonrío con ironía. Entre la de él y la mía, media la mitad de un siglo. Alude a Manuel Navarro Luna, el fino poeta de Manzanillo, «que antes escribía cosas tan agradables. Ahora le ha dado por esas otras, descoyuntadas«.

Asumo, momentáneamente, el papel estoico de frontón, porque el tema está erizado de beligerancias, y me calo el propio parecer de que ahora es cuando Navarro Luna está dando lo mejor.
-Se le ha reprochado a usted mucho, doctor, su Plan de Enseñanza de 1900.
-«Lo sé, lo sé, pero es que no quieren situarse en aquel momento. Lo juzgan desde hoy, como si yo hubiera legislado para hoy, y no para ayer; y me achacan a mí la responsabilidad de todo lo que se dejó de hacer y debió haberse hecho de entonces acá. Aquello fue algo… (provisionalísimo, añade Mañach al diálogo)
-«Sí señor- continúa Enrique José Varona– cuando el gobierno interventor me nombró para desempeñar la Secretaría de Instrucción Pública, me encontré con que en la Universidad había más profesores que alumnos.
¡Con decirle que de una asignatura -no recuerdo si el Sánscrito- el único alumno era el bedel! Lanuza, mi predecesor -que era un hombre de tanto talento- había tenido que darles ocupación a los cubanos que volvieron, al terminarse la guerra, desposeídos de todo, sin recursos.
Se les hizo catedráticos para que vivieran… Pero aquello no podía seguir así; yo tuve que enfrentarme con el problema de reorganizar la Universidad a base de economías. Por lo pronto, de una plumada, dejé a todo el mundo cesante, incluso a algunos de mis mejores amigos.
Me costó disgustos. En seguida, establecí el sistema de oposiciones para la provisión de cátedras y limité el número de éstas a lo indispensable, eliminando, agrupando, fundiendo… Esto era todo lo que podía hacer; esto fue lo que hice, aparte la creación de algunos laboratorios modernos… Por cierto, que de entonces data la enemistad de un señor.

Ya barruntará el lector a qué enemistad ilustre aludió entonces Varona (el escribidor no puede precisar a quién se refiere Varona). Lo hizo con nobleza, con elegancia, no sé si con exactitud. Y la conversación -a despecho mío, que hubiera preferido demorarla sobre el tema universitario- se largó a travesear por entre los amenos riscos de la anécdota…
Pero nos llevamos, al menos (¡al más!) el contagio de serenidad, de curiosidad y de ironía de este gran cubano que ha vivido medio siglo al servicio de la inteligencia.
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